domingo, 20 de marzo de 2016

Octava Estación Las mujeres de Jerusalén lloran por Jesús



OCTAVA ESTACIÓN Las mujeres de Jerusalén lloran por Jesús


VIII. Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén


        Es la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento, al pesar, en la verdad del mal cometido. Jesús dice a las hijas de Jerusalén que lloren a su vista: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23, 28). No podemos quedarnos en la superficie del mal, hay que llegar a su raíz, a las causas, a la más honda verdad de la conciencia.
        Esto es justamente lo que quiere darnos a entender Jesús cargado con la cruz, que desde siempre «conocía lo que en el hombre había» (Jn 2, 25) y siempre lo conoce. Por esto Él debe ser en todo momento el más cercano testigo de nuestros actos y de los juicios que sobre ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos haga comprender incluso que estos juicios deben ser ponderados, razonables, objetivos –dice: «No lloréis»–; pero, al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene: nos lo advierte porque es El el que lleva la cruz.
        Señor, ¡dame saber vivir y andar en la verdad!
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
 http://www.fluvium.org/textos/devocion/dev26.html


Vídeo, desde aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=gm7dDpW4vww


Octava estación: LAS HIJAS DE JERUSALÉN LLORAN POR CRISTO JESÚS

La separación entre los principios masculino y femenino es la causa de todo el dolor, la tristeza y la muerte existentes en el mundo. Esa separación llevó consigo la sumisión del femenino y es por eso por lo que lloraban las hijas de Jerusalén. El Maestro Supremo y Sus obras mostraron los perfectos poderes de los dos polos en equilibrio. La cruz que transportó y el Sendero que siguió hasta el Calvario simbolizan el medio para la restauración de toda la Humanidad. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" es un cántico de un profundo significado místico. El lamento de las hijas de Jerusalén (el despertar del alma) surge del hecho de que el hombre no se ha aproximado más a ese ideal crístico. Ocho es el número "libre" o de la resurrección, y ostenta los elevados poderes del dorado rayo de Cristo.


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