domingo, 10 de noviembre de 2013

CRISTO JESUS Y LAS SAGRADAS ESCRITURAS



CRISTO JESUS Y LAS SAGRADAS ESCRITURAS

 Muchos de los cristianos y aún  la gran mayoría de la gente, creen que el Nuevo Testamento, sustituye al Viejo Testamento. Dicen ellos que la Ley fue hasta la venida de Cristo y que El vino para sustituir la vieja ley que ya no servía para los propósitos Divinos. Examinemos esa cuestión con imparcialidad, basándonos en lo que dicen los Evangelios que componen el Nuevo Testamento.
Para todos los cristianos el Señor Jesucristo es la suprema autoridad. El era el “Dios conocido”. Lo que El creía, enseñaba y hacía, es decisivo para nosotros. Sus puntos de vista, Sus enseñanzas eran un todo verdadero.
¿Cómo interpretaba el Cristo a las Escrituras? ¿En que concepto las tenía? ¿Cuánta autoridad le reconocía?
Para el Señor Cristo Jesús las Escrituras eran la Palabra de Dios, la guía espiritual del hombre, la autoridad final en materia de fe y doctrina.
Cristo atribuía autoridad Divina a las Escrituras. Al enfrentarse con Satanás, el se escudó en las declaraciones del Santo Libro. Por tres veces Satanás procuró inducirlo al pecado y tres veces Jesús recurrió a las Escrituras para rebatir las insinuaciones del adversario.. Como Hijo de Dios, Cristo tenía autoridad para repeler a Satanás con sus propias palabras. Más prefirió emplear las declaraciones de las Escrituras. “Está escrito – el Libro así lo dice y lo que el dice Yo lo acepto”
Este incidente de la tentación en el desierto nos muestra que Cristo citaba las Escrituras textualmente. El conocía el contenido del Libro. Sabía encontrar lo que lo escudaba contra LA TENTACIÓN.  El era capaz de citar las Escrituras de memoria, siendo un verdadero ejemplo para nosotros.
Nos relata San Lucas que “cierto hombre, intérprete de la ley, se levantó con la intención de poner a prueba a Jesús al decirle: Maestro, ¿que haré para heredar la vida eterna? Entonces Jesús le preguntó: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas? (San Lucas 10: 25-26 Notemos esto, Jesús tenía autoridad paras responder la pregunta y elucidar el asunto con sus propias palabras, más prefirió dirigir al hombre a las Escrituras. ¿Qué está escrito en la ley? La ley, en este caso, eran los `primeros cinco libros de las escrituras. En forma virtual Jesús decía: Lo que el Libro dice sobre el modo de conseguir la vida eterna y la verdad. Puedes creer en él y seguirlo.
Muy frecuentemente Cristo llamaba la atención de Sus oyentes para hacer declaraciones acerca de las Escrituras con las preguntas: ¿no leísteis…? ¿No leísteis en la ley…? ¿No habéis leído…? ¿Nunca leísteis…? ¿No tienes lo leído acerca de lo que Dios os declaró…? ¿Aún no leísteis las escrituras…? ¿No has leído el libro de Moisés…? (San Mateo 12: 3-5, 19:4-21, 16:22-31; San Marcos 12: 10-26, San Lucas: 6:2) Estas preguntas ciertamente no fueron hechas para confundir o reprobar, más si lo fueron para mostrar la gran importancia de las Escrituras, así como la necesidad de conocerlas y que les sirvieran de ayuda.
Cuando después de Su muerte dos discípulos caminaban hacia una aldea vecina de Jerusalén, desalentados por la pérdida de su Maestro, a pesar de las evidencias de su resurrección, Jesús los alcanzó y andando con ellos les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en Su Gloria? (San Lucas 24: 25-26) El relato sagrado dice más – versículo 27 “Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de El decían”.




Notemos esto: Jesús apunto a lo que de El hablaban “todas las Escrituras” El edificó Su medianidad sobre las Escrituras. Era porque allí se cumplían todas sus predicciones y los discípulos debían creen en El como que era realmente el enviado del Cielo. También aquí, al hacer mención a las partes a El referidas en el sagrado Libro, Cristo recurrió a Su memoria. Los libros de Su tiempo no eran adecuados para leer por el camino. El Señor Jesucristo conocía las Escrituras y las podía citar de memoria.
                                                                                                                            
El Señor Jesús Cristo creía en todas las Escrituras como la Palabra Divina. El no aceptaba una sentencia y recomendaba otra. El Cristo no veía en el Santo Libro leyendas folclóricas de par en par con revelaciones de Dios, narraciones inverosímiles al lado de datos históricos. Para El todo el Libro contenía la pura verdad que era emanada del Cielo.  “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (San Juan 17:17) Incidentalmente, lo que Jesús aceptaba como Palabra de Dios, revelación del Cielo para los hombres, era el Viejo Testamento. El Nuevo Testamento no existía en Su tiempo. Las Escrituras a las que El tantas veces recurrió tanto en Sus enseñanzas, como en Su vida, eran los escritos de Moisés, los Salmos, los Profetas – Daniel, Isaías, Jeremías y otros.
El Cristo creía en los escritos de Moisés, los primeros cinco libros de las Escrituras. Como efecto, El puso los escritos de Moisés en un pie de igualdad con Sus propias enseñanzas. A los hombres de Su tiempo que estaban en contra de Su doctrina, El les dijo: “No penséis que Yo  voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa,  es Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Por que si  creyeseis a Moisés, me  creeríais a Mi; porque de mi escribió él”. (San Juan 5: 45-47)
El Señor Jesús Cristo creía en el Génesis. El creía en la historia de la creación en que el mundo y en lo que en el había, vino a la existencia por un acto de Dios. El creía en la afirmación de las Escrituras de que el hombre salió de las manos de Dios: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo? ¿Por esto el hombre dejará padre y madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne? (San Mateo: 19: 4-5) El relato de este acto de Dios se halla en Génesis 2: 21-24. Cristo creía en la historia del diluvio universal y comparó las condiciones del mundo en el tiempo de su venida a la Tierra a las condiciones que prevalecían en los días del patriarca Noe. (San Mateo 24: 37-39).
Aún hoy hay “sabios” que no creen en el Génesis. Ellos son más sabios que el Cristo. Lo extraño es que muchos de ellos aún pretenden ser llamados cristianos. Son seguidores de Cristo que no creen en lo que El creía. ¡Son discípulos más bien informados que el Maestro¡                                                                                                                                                                                                                     
El Señor Jesús Cristo creía en los Salmos como la Palabra de Dios. También creía en la historia de Jonás. Cierta vez El dijo: “Una generación mala y adúltera pide una señal: más ninguna señal le será dada, sino la del profeta Jonás. Porque así como estuvo Jonás tres días y tres noches en el vientre del gran pez, así el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el corazón de la Tierra. Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación y la condenarán; por ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás y he aquí más que Jonás en este lugar” (San Mateo 12: 39-41)  Si, Cristo creía en “todos los profetas” San Lucas 24:27)
Durante los largos siglos de existencia de la llamada “iglesia en el desierto”, - la iglesia judaica – se desenvolvieron vastos sistemas de ideas humanas,  que tomaron el lugar de las enseñanzas del Libro Sagrado. La Escritura llama a ese sistema de ideas o prácticas “tradición de los ancianos”, “tradición de los hombres”. (San Marcos 7: 3-8). El Cristo entró en conflicto con ese sistema, ordenó y sobrepuso a él la autoridad de las Escrituras. San Mateo relata: “Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan. Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre y El que maldiga al padre o a la madre, muere irresistiblemente. Pero vosotros dices: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. (San Mateo 15: 1-6) Allí está: Prácticas establecidas por los líderes del pueblo de Dios. Más ellas contrariaban a las Escrituras y Jesús por eso las condenó. “Hipócritas” dice El, bien  profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mi. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamiento de hombres. (San Mateo 15: 7-9)
En otra ocasión Jesús puso en boca de personajes de una de sus parábolas diciendo que muestran ser las Escrituras la más clara y autorizada revelación de Dios. “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (San Lucas 16:31) En otras palabras: si rechazamos las Escrituras, no `podemos hacer nada más para que Dios nos muestre el camino.
Si, para el Señor Jesús Cristo, todas las afirmaciones de las Sagradas Escrituras eran en forma integral, la Palabra de Dios. En el decir de San Pablo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (II Timoteo 3:16) “Porque nunca jamás”, escribió San Pedro, “cualquier  profecía fue traída por la voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (II San Pedro 1:21) Aunque fue dado por instrumentos humanos, el libro no contiene ideas humanas, El es la expresión de la mente de Dios.
Los propios autores sagrados reconocían que eran tan solo portavoces del Cielo. “El Espíritu del Señor habló por mi, escribió David y su palabra estaba en mi boca” (II Samuel 23-2) El profeta Isaías en su visión de Dios, oyó la voz del Señor que le decía: ¿A quien enviaré y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mi. Y dijo y di a este pueblo: Oíd bien y no entendáis; ved por cierto, más no comprendáis” (Isaías 6: 8-9) Jeremías, al ser llamado por Dios, oyó estas palabras del Señor: “He aquí he puesto mis palabras en tu boca” (Jeremías 1:9) La mayor parte de los capítulos de Ezequiel se inician así: “El trajo a mi la palabra del Señor diciendo: El pequeño vigésimo quinto capítulo emplea siete veces la expresión: “Así dice el Señor Jehová” Esta misma expresión o su equivalente, ocurre cerca de 300 veces solamente en el libro del profeta Ezequiel.
Las palabras de las Escrituras, tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, son palabras de Cristo, palabras del Hijo de Dios. Refiriéndose a los amigos profetas, San Pedro escribió: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando que persona y que tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo y las glorias que vendrían tras ellos.” (I San Pedro 1: 10-11). Notemos esto: El Espíritu de Cristo estaba en los profetas del Viejo Testamento y en los autores del Nuevo Testamento. El Agente Divino que estaba en los profetas y apóstoles – el Espíritu Santo – operaba como representante de Cristo. Así, toda la Sagrada Escritura representan palabras de Cristo al hombre
Al apelar a las escrituras para disipar dudas y esclarecer puntos oscuros; al escudarse en ellas en su humanidad para enfrentar los ataques de Satanás; al procurar afirmar sobre ellas la fe de sus seguidores; al establecer la suprema autoridad de ellas en la materia de fe religiosa, el Señor Jesús Cristo establecía la  autoridad y la suprema importancia de su doctrina. Pues desde el Génesis hasta el Apocalipsis, las Escrituras son esencialmente palabras de Cristo.-  

Tema traducido de la Revista Servicio Rosacruz del Centro de San Pablo, Brasil.-



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MISTICOS MAX HEINDEL
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Agradecemos al Sr. Raúl Sasia por este aporte.

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