viernes, 17 de septiembre de 2010

ADVENIMIENTO A LA PLENITUD DEL PODER - II - por RODOLFO WALDO TRINE


ADVENIMIENTO A LA
PLENITUD DEL PODER - II

Del libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE



¿Eres orador? Pues en el grado en que te armonices con el superior
Poder que por tu boca hable, alcanzarás el privilegio de conmover,
persuadir y convencer a los hombres. Si sólo empleas tus dotes físicas,
no pasarás de ser un demagogo; mas si al comienzo te abres a la voz
de Dios para que tus labios hablen, serás grandilocuente y verdadero
orador en el grado en que la voz de Dios abra tu alma.
¿Eres cantor? Deja entonces que el espíritu de Dios anime tus
cantos, pues lograrás con ello éxitos mil veces más felices que con el
estudio y la práctica, y tu voz tendrá arrobador acento y tan encantadora
melodía, que ningún oído podrá resistir a su embelesadora influencia.

Cuando en las serenas noches de verano planté mi tienda en medio
de la floresta al rayar el alba desperté de apacible sueño, estaba la tierra
en brazos del silencio. Pronto se dejó acá y allá el primer gorjeo de las
aves, que fue en crescendo al paso que se encendían las antes imperceptibles
tintas de la aurora, hasta que de pronto la floresta toda prorrumpió
en grandioso coro. ¡Qué maravilla! Parecía que cada árbol, cada
planta, cada hoja, cada brizna, el mismo cielo y la tierra misma tomaban
parte en la majestuosa sinfonía. Al escuchar el crescendo de tan armonioso
concierto, pensé en las causas del canto. ¡Si el hombre pudiera
aprender de las aves! Si pudiéramos abrirnos a las mismas energías, de
modo que animaran nuestra voz, ¡cuán excelentes cantores podríamos
ser! ¡Cuán excelentes conmovedores de hombres seríamos!.

Curiosas son las circunstancias en que Sankey entonó por primera
vez su canto: El noventa y nueve. Dijo sobre el particular un importante
diario:

“En una gran reunión pública tenida ha poco en Denver, el señor Ira
W. Sankey cantó por vía de entrada El noventa y nueve, que es a la vez
de todas sus composiciones la que mayor renombre le ha dado a causa
de singular origen. En un viaje que desde Glasgow a Edimburgo hizo
Moody, compró Sankey, al parar en una estación, un periódico religioso.

Durante el trayecto se entretuvo en hojearlo, llamándole de pronto la atención
unos versos que al final de la página se leían. Volviéndose a Moody
le dijo: “Ya tengo el himno”. Pero Moody estaba atareado en sus cosas y
no oyó las palabras de su compañero, y como Sankey no tenía tiempo de
poner los versos en música, se los guardó en el álbum.

“Otro día, en una numerosa y emocionante reunión en Edimburgo,
trató el Dr. Bonar, con gran elocuencia y eficacia, el tema de El Buen
Pastor y rogó Moody a su compañero Sankey que cantase. Pensó éste
primero en cantar el Salmo veintitrés, mas no lo hizo por ser demasiado
conocido. Entonces se acordó de los versos leídos en el periódico, y
aunque no tenía compuesta la música, se resolvió a cantarlos de cualquier
manera. Se puso los versos a la vista, sentóse al órgano, desplegó
los labios y empezó a cantar sin saber lo que cantaba. Profundo
silencio sobrecogió a la concurrencia al terminar la primera estrofa. Tomó
Sankey prolongado respiro, dudando él mismo de que pudiera cantar la
segunda estrofa del mismo modo que la primera; pero lo intentó y tuvo
éxito, pues la cantó sin dificultad alguna. Al terminar el himno, los concurrentes
aclamaron entusiasmados al cantor. Dijo Sankey que aquel
fue el momento más importante de su vida.

“Por su parte Moody confesó que jamás había oído un himno como
aquél. Desde entonces se cantó todos los días y pronto dio la vuelta al
mundo”.

Esto prueba que nunca nos engañarán las elevadas inspiraciones
a que abramos nuestra alma, y si hacemos lo contrario fracasaremos
en cualquier empresa.

¿Eres escritor? Pues acuérdate de que el mayor elemento de éxito
de una obra literaria es: mirar en el interés de nuestro corazón y escribir.

Ser sincero. No temer. Seguir lealmente los movimientos espontáneos de
nuestra propia alma. Acuérdate de que un autor no podrá nunca escribir
más de lo que en sí mismo tenga, pues si más escribiera, más tendría. Es
sencillamente su propio amanuense. Hasta cierto punto vierte su alma en
el libro que escribe y no puede poner en sus hojas más de lo que hay en su
alma. Si el autor es personalidad sobresaliente, firme en sus propósitos,
profundo en el sentir, y receptivo a las más altas inspiraciones, impregnará
sus páginas de un sutilísimo perfume espiritual, de un algo indefinible, cuya
vivificante energía transmitirá a los lectores las inspiraciones del autor. Lo
que éste escribe entre líneas es más sabroso e importante que lo en líneas
escrito. El espíritu del autor engendra esta fuerza y acrecienta el mérito del
libro, realzándolo a la categoría de obra escogida, de modo que entre cien
sea el único que logre ruidoso éxito mientras los otros noventa y nueve no
vayan más allá de la primera edición. Tal fue el secreto de los insignes
autores que como Platón, Homero, Virgilio, Horacio, Ovidio, Dante,
Cervantes, Calderón y Shakespeare, legaron a la humanidad obras que
resisten victoriosamente al paso de los siglos.

Por la fuerza espiritual del autor de personalidad independiente,
pasa rápida su obra de lector en lector, y su fama de boca en boca,
hasta alcanzar profusa circulación. Por esto sucede muchas veces que
un solo lector, en vista del mérito del libro, compre muchos ejemplares
para distribuirlos entre amigos y parientes.

Dice Emerson: “Una inspirada poesía rueda por el mundo, ofreciendo
a los hombres juiciosos gozosa lectura que compartir con sus
convecinos. Así atrae a las almas generosas y prudentes, confirmándolas
en sus secretos pensamientos, y en ella misma se propaga de
este modo por virtud de las simpatías que despierta en los lectores”.

Tal es el dechado del autor que no escribe con engreimientos literarios,
sino con el único intento de conmover el corazón del pueblo,
dando a las gentes algo de vívido valor, algo que ensanche, dulcifique,
enriquezca y hermosee su existencia; que los conduzca a más alta vida
y con ella al reconocimiento de sus fuerzas interiores.

Sin embargo, casi siempre sucede que si logra hacerse entender
del pueblo, las bellezas literarias surgirán espontáneamente más y mejor
que si adrede se buscaran.

Por el contrario, quien teme salir de caminos trillados y de grado se
somete a reglas arbitrarias, limitará su poder individual en el grado en
que ea llas se someta. Dice un famoso autor moderno.

“Mi libro olerá a pinabetes y resonará con el zumbido de los insectos.
La golondrina entretejerá su nido sobre mi ventana con las briznas
y pajas que en el pico lleve”.

Será preferible ¡oh! Escritor insigne, que huela a pino y resuene
con el zumbido de los insectos, a que se sujete a las reglas dadas por tal
o cual pigmeo de los que escribieron tratados de retórica después de
haber leído las obras de los grandes autores, animosos como tú mismo.

Inútiles son los hombres que servilmente repiten lo que escribieron
los antiguos, sin comprender que hoy es un nuevo día.

Cuando a Shakespeare le inculparon de plagiario, replicó Landor:

“Aun es más original que sus originales. Ha soplado en cuerpos muertos
y les ha devuelto la vida”. Tal es el tipo del hombre que no anda por
los caminos del mundo, sino que por el suyo impele al mundo.

Prefiero ser amanuense del infinito Dios, que esclavo de las reglas
formuladas por los retóricos, o de las opiniones de este o el otro crítico.

¡Siempre y sobre todo el bien del pueblo! Dadme algo que los aliente en
su cotidiana lucha por la vida; algo que les proporcione aquí una dulzura,
allá una esperanza; algo que vigorice su mente y elimine la grosería
de su naturaleza animal; algo que en la tímida mujer despierte la actividad
de las fuerzas latentes, y actualizadas sorprendan aun a su propia
dueña con su irresistible influencia. Dadme algo que en cada cual conduzca
al conocimiento de la divinidad de las almas, algo que a cada cual
conduzca al consciente reconocimiento de su propia valía con todas sus
esperanzas, riquezas, poder y gloria; dejadme lograr esto y me tendrán
sin cuidado los elogios y vituperios del crítico, que entonces serían como
crujido de palitroques comparado con la inimitable melodía de las ramas
pulsadas por el céfiro.

¿Eres ministro de alguna religión? Pues entonces, en el grado en
que abras tu ser al divino soplo, hablarás con la autoridad. En el grado
en que esto hagas, estarás en camino de vidente. El camino está para
ti tan abierto como lo estuvo siempre para cualquier otro.

Si al venir a este mundo naciste en el seno de una familia cristiana,
con toda la seguridad serás cristiano; pero ser cristiano es seguir las enseñanzas
de Jesús, el Cristo; vivir en armonía con las mismas leyes con que
él se armonizó; en una palabra: vivir en Él. Su capital verdad en la enseñanza
fue la consciente unidad del hombre con el Padre, por cuyo medio
logró el poder que logrará y habló como jamás hablaron los filósofos.

Jamás pidió para sí cosas que no pidiera igualmente para todo el
linaje humano.

“Las maravillosas obras cumplidas por Jesús no fueron excepcionales,
sino natural y necesaria derivación de su estado; y Él mismo las
declaró en concordancia con el inmutable orden del universo. No habló
de ellas como de cosa inasequible, sino como consecuencia de un estado
que todos pueden alcanzar a fuerza de voluntad. Según su propia
confesión, como maestro y definidor de la verdad, no se arrogó jamás
exclusivamente naturaleza divina. La vida y el triunfo de Jesús abren
época en la historia de la humanidad y señalan una nueva era en la vida
del mundo. Despertó desconocidos anhelos de un más perfecto ideal
sobre la tierra, y cuando sus tres más íntimos compañeros comprendieron
lo que la nueva vida realmente significaba, dejaron a la tierra muda
de admiración y asombro”.

Al reconocer completamente su unidad con el Padre y adueñarse
en absoluto de todas las circunstancias de su vida, aun las de la misma
muerte corporal; al exponernos las superiores leyes que son para nosotros
las mismas que fueron para Él, nos dio un ideal de vida, un ideal con
que lograr aquí y ahora lo que sin Él no hubiéramos podido obtener.

Uno venció primero; todos podemos vencer después. Por haber reconocido
primero en sí mismo y haber luego expuesto a los demás la
suprema ley de unidad con el Padre, fue Salvador del mundo.

Sin embargo, no vale confundir su persona, su vida y enseñanzas
con el error en que han solido caer los discípulos de la mayor parte de
Instructores. Si te cuentas entre el número de quienes han predicado a
Cristo muerto, entonces por respeto a la humanidad, por respeto a Dios,
no engañes por más tiempo a las gentes, no malgastes el tiempo dándoles
piedras en vez de pan y formas muertas en vez del vivificante
espíritu de verdad. Son sus propias palabras: “Dejad que los muertos
entierren a sus muertos”. De entre ellos resucitó. Enseña que Jesús
fue el Cristo interno. Halla estas cosas en toda su trascendental belleza
y poder, como Jesús las halló, y serás capaz de guiar a muchas gentes
al encuentro de la verdad. Tal es la perla de inestimable valor.

* * *

465 - JOYAS ESPIRITUALES - 03/01 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY

No hay comentarios:

Publicar un comentario