lunes, 19 de julio de 2010

PLENITUD DE VIDA, SALUD Y VIGOR DEL CUERPO II por RODOLFO WALDO TRINE




PLENITUD DE VIDA, SALUD
Y VIGOR DEL CUERPO II

Del libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE

Uno de los más eminentes anatómicos contemporáneos nos decía
que, según experimentos efectuados en su laboratorio, el organismo
humano se renueva por completo en cosa de dos años y parcialmente
en muy pocas semanas. ¿Quiere usted decir con eso -le pregunté
yo- que el organismo puede pasar de una condición morbosa a
otra salutífera por virtud de las fuerzas internas? -Ciertamente- -respondió
él- y aún más, éste es el método natural de curación. El artificial
es el que se vale de drogas, medicamentos y otros agentes exteriores.

Lo único que hacen las medicinas y drogas es remover obstáculos
a fin de que las fuerzas vitales actúen más libremente. El verdadero
proceso de la salud debe llevarse a cabo por la operación de las
fuerzas interiores. Un cirujano de universal renombre declaró no ha
mucho a sus colegas; “Las generaciones pasadas menospreciaron o
no conocieron la influencia del principio vital de la nutrición del organismo,
y la casi exclusiva fuente de sus estudios y el único arsenal terapéutico
que tuvieron fue la supuesta acción de la materia en la mente.
Esto contrarió las tendencias evolucionistas de los mismos médicos,
resultando que todavía son rudimentarios en la profesión de la medicina
los factores psíquicos. Pero al brillar la luz del siglo XIX, la humanidad
emprendió su marcha en busca de las ocultas fuerzas de la naturaleza.

Los médicos se ven hoy obligados a estudiar psicología y a
seguir los pasos de sus precursores en el vasto campo de la terapéutica
mental. Ya no es tiempo de aplazamientos ni vacilaciones ni escepticismos.
Quien vacile está perdido, porque el mundo entero se ve
impelido por el progreso.

Durante estos últimos años se ha dicho gran número de necedades
sobre la materia de que tratamos y se ha incurrido en muchos
absurdos respecto del particular; pero esto nada prueba en contra de
la eficacia de las expresadas leyes. Lo mismo sucedió siempre en cuantos
sistemas filosóficos o creencias religiosas ha conocido el mundo;
mas, a medida que pasa el tiempo, se desvanecen los absurdos y
necedades, y los capitales y eternos principios van afirmándose cada
vez con mayor claridad definidos.

Yo he presentado personalmente varios casos de completa y radical
curación efectuada en breve tiempo por virtud de las fuerzas interiores.
Algunos de estos casos habían sido desahuciados por los médicos.

Tenemos numerosos informes de casos semejantes ocurridos en todo
tiempo y relacionados con todas las religiones. ¿Y por qué no había de
existir hoy entre nosotros el poder de efectuar parecidas curaciones? El
poder existe y lo actualizaremos en el mismo grado en que reconozcamos
las leyes que en pasados tiempos fueron reconocidos.
Cada cual puede hacer mucho con respecto a la salud de otros,
aunque para ello sea necesaria casi siempre la cooperación del enfermo.
En las curas hechas por Cristo se echa de ver la cooperación de
quienes a El recurrían, Su pregunta era invariablemente: ¿Tienes fe?
De este modo, estimulaba la actividad de las fuerzas vivificantes en el
interior de quien quería curarse. El de condición flaca, o de estragado
sistema nervioso, o de mente débil a causa de morbosas influencias,
bien hará en solicitar auxilio y cooperación ajenos; pero mejor le fuera
lograr por sí mismo la vital actuación de sus fuerzas interiores. Uno
puede curar a otro, mas la conservación de la salud debe ser obra de
uno mismo. En este punto, el concurso ajeno es semejante a un maestro
que nos lleva a la completa educación de las fuerzas interiores; pero
siempre se necesita el trabajo propio para que sea permanente la cura.

Las palabras de Cristo eran casi invariablemente: “Ve y no peques
más”; o: “tus pecados te son perdonados” Así expuso el eterno e inmutable
principio de que todo mal y su consiguiente pena son resultado
directo o indirecto de la transgresión de la ley, bien consciente bien
inconsciente, ya con intención, ya sin ella.

El sufrimiento sólo dura mientras persiste el pecado, tomando esta
palabra no precisamente en el sentido teológico, sino en el filosófico,
aunque algunas veces en ambos. En cuanto cesa la transgresión de la
ley y se restablece la armonía, cesa también la causa del sufrimiento; y
aunque las heces del pecado y sus acumulativos efectos permanezcan
todavía, no se acrecentarán, porque la causa ha desaparecido y el daño
dimanante de la transgresión pasada comenzará a disminuir tan pronto
como actúen normalmente las fuerzas interiores.

Nada hay que más rápida y completamente nos lleve a la armonía
con las leyes a las cuales hemos de vivir sujetos, que la vital realización
de nuestra unidad con Dios, vida de toda vida. En Él no puede
haber mal y nada removerá con más prontitud los obstáculos acumulados,
es decir, los residuos del mal, que esta entera realización, abriéndonos
completamente al divino flujo. “Pondré espíritu en vosotros y
viviréis”. (Ezequiel 37:14)

Desde el momento en que advertimos nuestra unidad con Dios,
ya no nos reconocemos como seres materiales, sino como seres espirituales.
Ya no incurrimos en el yerro de considerarnos sujetos a enfermedades
y dolencias, sino como constructores y dueños del cuerpo
donde mora el espíritu, sin admitir señoríos sobre él. Desde el momento
en que el hombre se convence de su propia supremacía, ya no
teme a los elementos ni a ninguna de las fuerzas que hasta entonces
en su ignorancia creía que afectaban y vencían al cuerpo; y en vez de
temerlas como cuando estaba ligado a ellas, aprende a amarlas. Llega
entonces a la armonía con ellas, o mejor dicho las ordena de modo
que lleguen a estar en armonía con él, y de esclavo se convierte en
dueño. Desde el momento en que amamos una cosa, ya no nos daña.
Hay actualmente muchísimos de cuerpo débil y enfermizo, que
llegarían a ser fuertes y sanos con sólo dar a Dios la oportunidad de
manifestarse en sus obras. Quiero decir: No te cierres al divino flujo.

Haz algo mejor que esto: Ábrete a él. Solicítalo. En el grado en que a él
te abras, fluirá a destruir los obstáculos que lo embarazan. “Mis palabras
son vida para quienes las oyen, y salud para toda su carne”. (Proverbios
4:22).

Pongamos por ejemplo una artesa en la que durante varios días
ha caído agua turbia.

El pozo se ha ido sedimentando gradualmente en las paredes y
en el fondo y así continuará mientras el agua turbia caiga en ella.

Pero esto cambia con sólo dar entrada en la artesa a una rápida
corriente de agua clara y cristalina que, arrastrando consigo el sedimento,
la limpie completamente y trueque su aspecto de fea en hermosa.
Todavía más: el agua que desde entonces fluya de la artesa
será agente de mayor refrigerio, salud y entonamiento para quienes
de ella se aprovechen.

Verdaderamente, en el grado en que realicéis vuestra unidad con
Dios, actualizando de este modo vuestras fuerzas y facultades potenciales,
trocaréis tribulación por sosiego, discordancia por armonía, sufrimiento
y pena por salud y vigor. Y en el grado en que realicéis esta
plenitud, esta abundancia de salud y de vigor en vosotros mismos,
haréis partícipes de ella y la comunicaréis a cuantos con vosotros se
relacionen. Porque conviene recordar que la salud es tan contagiosa
como la enfermedad.

Alguien preguntará: ¿Qué puede decirse concretamente respecto
de la aplicación práctica de estas verdades, de modo que uno llegue
a mantenerse por sí mismo en perfecta salud corporal; y más aún,
que sin auxilio externo pueda curarse de cualquier enfermedad? En
respuesta, permitidme deciros que lo más importante en este punto es
exponer el inmutable principio, a fin de que cada cual haga peculiar
aplicación de él, pues imposible es que uno lo haga por otro.

Diré en primer lugar que el mero hecho de persisitir en el pensamiento
de completa salud estimula y pone las fuerzas vitales en condición
de restaurarla al cabo de cierto tiempo; pero concretándonos más
especialmente al capital principio en sí mismo considerado, es notorio
que mejor se realizará por la acción que por la afirmación, por el acto
que por el deseo, aunque éste siempre es eficaz auxilio de aquél. Por
lo tanto, en el grado en que lleguéis a uniros vitalmente con Dios, de
donde proceden y están continuamente procediendo todas las formas
de vida individual, y en el grado en que por medio de esta unión os
abráis al divino flujo, actualizaréis las fuerzas que, pronto o tarde, determinen
en vuestro cuerpo abundancia de salud y vigor.

Instantánea y radicalmente sanaron quienes fueron capaces de
abrir su ser al flujo divino. El grado de intensidad siempre elimina proporcionalmente
al factor tiempo. Sin embargo, esta intensidad debe
ser plácida, tranquila y expectante, más bien que temerosa, conturbada
y desesperanzada.

Algunos recibirán gran consuelo y alivio y otros sanarán del todo
por virtud de un ejercicio análogo al siguiente: Con la mente sosegada
y el corazón henchido de amor a todas las cosas, reconcentraos en
vuestro interior y meditad diciendo: “Soy imagen de Dios, vida de mi
vida; y como espíritu, como ser espiritual, puedo excluir el mal de mi
propia y verdadera naturaleza. Después de esto, abro mi cuerpo (en el
cual se asentó la enfermedad), lo abro completamente al creciente
influjo de Dios, que desde entonces fluye y circula por mi cuerpo
incoando el proceso de mi curación”. Llevad, pues, esto a cabo tan
perfectamente, que sintáis como una ardiente y viva lumbre encendida
por las fuerzas vitales del cuerpo. Creed que el proceso de curación
se cumple. Creedlo y manteneos en esta creencia. Muchas gentes
desean con ardor una cosa y esperan otra; tienen más fe en el
poder del mal que en el del bien y por esto no sanan.

Si uno se entregara oportunamente a esta meditación, tratamiento
o como quiera llamársele, y persistiese en el mismo estado de mente
y ánimo, obrarían sin cesar las fuerzas interiores, quedando sorprendido
de cuán rápidamente mudaba el cuerpo sus condiciones de enfermedad
y discordancia en las de salud y armonía. Sin embargo, no
hay razón para tal sorpresa, porque con ello la omnipotencia divina
manifiesta su obra y ejerce en todo caso su definitiva acción.

Si hay alguna dolencia localizada y el enfermo desea abrir al divino
influjo la porción obstruida, además del organismo entero, puede fijar su
pensamiento en ella, a fin de que a ella fluyan estimuladas y acrecidas
las fuerzas vitales. No obstante, los efectos del mal no desaparecerán
hasta que hayan desaparecido las causas. En otros términos: la pena y
el daño persistirán mientras dure la transgresión de la ley.

La terapéutica mental que estamos considerando, no sólo ejercerá
su influencia benéfica allí donde haya una morbosa condición del
cuerpo, sino que donde esta condición no exista, acrecentará la vida,
el vigor y las fuerzas corporales.

***

453 - JOYAS ESPIRITUALES - 03/00 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY


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